Como todos los años

El 17 de noviembre cobró notoriedad en los noticieros y la prensa la mortandad de peces correspondiente al año en curso. Así, como si fuera la descripción de un acto administrativo se cumple, nuevamente, con esta notificación la periódica mortandad de peces en el embalse de Río Hondo. Como todos los años llegó en estos días donde coincide la situación de calor, poca agua en los ecosistemas, migración de algunas especies y acelerada descomposición de la carga orgánica existente en los ríos.


Como parte de este mismo proceso resumido arriba en las próximas dos semanas asistiremos a la dilución de esta preocupación. Las lluvias de verano permitirán el ingreso de oxígeno en el ecosistema y el descenso de la temperatura, que ayudará en el proceso químico de esta crítica mezcla en el medio acuático. Se diluirán, una vez más, las culpas, nuestra conciencia, el interés de la prensa y la preocupación de los responsables. El cambio climático, invocado por algunos esta vez, agrava la situación, aunque no sabemos en qué grado, incidencia ni tendencia. La mortandad de peces es un evento multicausal, como dijera el subsecretario del área ahora reconfigurada en el organigrama del gobierno provincial, pero eso no habilita aceptar la periodicidad del hecho. Hasta los sistemas más resilientes pueden ser empujados más allá de su capacidad, afectando su elasticidad y con ello entramos en la peligrosa incertidumbre de un nuevo ecosistema y sobre todo la provisión de sus servicios.

Arroyo Calimayo, epítome del afluente contaminado en un sistema ya contaminado como el Río Salí.

Pero hay un contexto mayor que debemos tener en cuenta. A mediados del mes de setiembre pasado se realizó en Nueva York una nueva reunión cumbre de las Naciones Unidas para analizar la marcha de los Objetivos para el Desarrollo Sustentable (ODS). Allí se trató el informe de Shirin Malikpou y un grupo de científicos y científicas convocados para este fin. Aunque Los resultados presentados allí fueron muy malos, tuvieron escasa repercusión en “los medios”. No hay chance de alcanzar los objetivos propuestos allá por el prepandémico año 2016 para el 2030. Ni, aunque nos propusiéramos mover las metas al año 2050.

Sobre todo, son preocupantes las metas relacionadas a la pobreza, agua potable y conservación de los ecosistemas, sin hablar de las problemáticas que se han agravado aún más. Entre estas, las emisiones de gases invernadero, subsidios a los combustibles fósiles, número de detenidos sin sentencia, mejora del crecimiento económico, cobertura de vacunas, pesca sostenible, seguridad alimentaria y prevención de la extinción de especies.

Todos los gobiernos siguen sin acusar recibo de esta realidad. Las inversiones necesarias para disminuir la inequidad (en su más amplia concepción) como eje transversal a casi todos los ejes propuestos para los ODS, no se producen. Los ecosistemas acuáticos siguen sin recibir la protección adecuada en la mayoría de los países, pese a que fueron considerados claves para la conservación de la biodiversidad en diciembre de 2022 durante la COP15 (Cumbre de biodiversidad de la ONU) en Montreal, Canadá.

La conservación (y restauración) de ecosistemas del río Salí-Dulce es una tarea fundamental en una cuenca de 57000 km2 que termina en un parque nacional creado recientemente en la Laguna de Mar Chiquita. El sistema es sometido a todo tipo de estresores que lo lleva a colapsos como en esta época del año con la visible mortandad de peces y durante el verano con el riesgo de inundaciones. De todos modos, es sólo la punta de un iceberg cada vez más cercano mientras navegamos a ciegas por la desarticulación de los liderazgos.